sábado, 16 de febrero de 2013

Mirror, mirror



Algo malo habré hecho para que los dioses antiguos y nuevos me castiguen con semejante estreno un viernes noche en Canal +. Recuerdo aquellos tiempos en los que solo ponían bombazos al comienzo del fin de semana, pero eso ya es un recuerdo lejano en el tiempo, casi de la época en la que el porno se veía entre rallitas grises. Hoy en día te cascan cualquier bazofia un viernes y aquí paz y después gloria. No obstante, esto tiene la contrapartida de ofrecerme la oportunidad de rajar contra algo como si no hubiera mañana. En efecto, estamos ante otra película destripada.


En esta pseudoversión de Blancanieves, en teoría vamos a ver la historia desde el punto de vista de la madrastra. O eso nos hacen creer, porque por mucha Julia Roberts que haya, la historia la vamos a ver desde todos y cada uno de los lamentables ángulos posibles. Eso sí, a los lumbreras de los guionistas les pareció muy original cambiar la mitad del cuento para producir un residuo tóxico insoportable.


"¿Y dónde están esos cambios, querida Katana?" debería ser vuestra pregunta. Pues tranquilos hijos míos, que vamos a hacerle la autopsia a la peli. En primer lugar, nos encontramos con que los enanos van disfrazados de gigantes (con acordeones tobilleros, un pimipunto la el tamaño de los huevos de los guionistas) y en lugar de mineros, son ladrones. Vale, puede tener un pase. Hay hasta un enanito chino, no importa. Lo siguiente que nos encontramos es un príncipe inútil, lo cual a un servidor le importa un pimiento asado a vuelta y vuelta, porque está para hacer bulto. Y Blancanieves es una guerrera que reparte hostiejas en el bosque. Digamos que la madrastra es la única que hace lo que los hermanos Grimm le dijeron en su día que hiciera, por lo que el resultado es una especie de manicomio silvestre a la par que cutre.


Al final ni hay beso para despertar a Blancanieves ni nada. Lo que tenemos en su lugar es un beso de Blancanieves al príncipe para librarlo del hechizo de, agárrate que vienen curvas, amor de cachorrito. La expresión vomitar arco iris empezó a cobrar sentido para mí desde entonces. La peña se va a comer perdices, a vivir feliz y a... cantar al estilo Bollywood. Así, por la cara. No tiene explicación ninguna, pero en la última escena de la película Blancanieves empieza a cantar y acabamos con un número musical que no sé si odiar o amar.


Total, que una mierda. Pero aún queda algo más que añadir, señoría. Como bien habréis leído, tenemos la etiqueta de la gloriosa sección de este blog, "Las muertes de Sean Bean". Lo gracioso del asunto es que el rey de Blancanieves debe morir para que la historia se desarrolle en condiciones, Pues bien, en esta versión el rey no estaba muerto, estaba de parranda en el bosque convertido en una bestia salvaje por obra y gracia de un hechizo de la madrastra, que por supuesto se rompe al final de la cinta. ¿Y quién podría hacer semejante giro inesperado en el asunto de muertes que están cantadas antes de sentarte en la butaca a ver la película? Solo el bueno de Sean Bean, dueño y señor de la muerte y resurrección de personajes cinematográficos. Pero eso sí, tenemos una muerte metafórica de la virilidad de Sean Bean, porque después de haber visto a nobles guerreros como Boromir o Eddard Stark morir violentamente, resulta penoso ver como este rey colorido vive. Porque queridos lectores, el Sean Bean va vestido como la mascota de cierta hamburguesería en esta película. Pero se lo perdonaremos, porque Sean, en este blog tú eres el king.



VALORACIÓN: Basura

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